Tras anunciar a algunos periodistas de televisión que tiene coronavirus, Jair Bolsonaro se quitó el tapaboca, fiel a su imagen de provocador «políticamente incorrecto» con la cual fue elegido presidente de Brasil.
El mandatario de 65 años aseguró que hay que “prestar atención a las personas mayores”, pero que “no merece la pena entrar en pánico” frente a lo que desde hace cuatro meses califica de “gripecita”, en referencia a una pandemia que ya se ha cobrado la vida de más de 66.000 brasileños.
Los próximos días dirán si el presidente ultraderechista, en el cargo desde enero de 2019, tenía razón al jactarse en marzo de su “pasado atlético”.
“Si estuviera infectado con el virus, no sería nada preocupante, porque sentiría como mucho una gripecita o un pequeño resfriado”, afirmó.
Con la covid-19, Bolsonaro se enfrenta a un nuevo desafío. Durante la campaña electoral vio de cerca la muerte tras ser apuñalado en el vientre por un hombre desequilibrado.
“Si vence a la covid-19 sin síntomas graves, podría fortalecer la visión entre sus simpatizantes radicales de que (él) es un superhombre mesiánico”, tuiteó Oliver Stuenkel, profesor de la Fundación Getulio Vargas el martes, refiriéndose al segundo nombre del mandatario: Messías.
Apoyo de los lobbies
Su manejo de la crisis sanitaria le ha hecho perder algo de apoyo a Bolsonaro, pero sus bases se han radicalizado.
Solo un año y medio después del comienzo de su mandato, Bolsonaro enfrenta una cincuentena de pedidos de destitución. Su elección podría ser anulada y sus hijos están bajo investigación por denuncias de corrupción o la difusión de informaciones falsas.
Tras enfrentarse con los gobernadores favorables al confinamiento y con representantes de los poderes Legislativo y Judicial, el excapitán del Ejército moderó su tono en las últimas semanas, mostrándose un poco más conciliador.
Este exparacaidista llegó al poder para “restablecer el orden”, pero durante su gobierno ha multiplicado las crisis, con una docena de ceses o renuncias de ministros.
En octubre de 2018, sin embargo, obtuvo el apoyo del 55% de los votantes, a pesar de sus exabruptos racistas, misóginos y homofóbicos, prometiendo acabar con la corrupción, la violencia y la crisis económica y poner fin a la izquierda “podrida”.
Bolsonaro a menudo muestra sin complejos su nostalgia por los “años de plomo” de la dictadura militar (1964-1985).
Hace poco desató la ira de los defensores de la democracia al insinuar que podía recurrir al ejército para resolver la crisis institucional.
Millones de personas siguen a este gran adepto de las redes sociales, una práctica también muy arraigada en su admirado homólogo estadounidense, Donald Trump.
Lejos de ser un gran orador, este hombre de ojos azules supo dirigirse directamente a los votantes con oraciones simples que daban en el blanco.
Y se granjeó el apoyo de los poderosos lobbys en el Congreso, en particular de los representantes del agronegocio y los evangélicos, la confesión de su joven esposa Michelle.
En su condición de católico, algunos se sorprendieron de que sus cinco hijos (los primeros tres políticos como él) fueran fruto de tres matrimonios.