La noche del 4 de noviembre de 2019, Mikkel Nielsen desaparece cerca de las cuevas de Winden, un prototipo del típico pueblo alemán. El niño se convierte en Michael Kahnwald y empieza su nueva vida en 1986, 33 años antes y, a la vez, poco tiempo después de que su tío, Mads Nielsen, también desapareciera en las mismas circunstancias. “El tiempo es Dios y nosotros declaramos la guerra al tiempo”, dice en esta misma serie Adam, líder de Sic Mundus, una secta de viajeros del tiempo. Pasado, presente y futuro están relacionados y parecen formar parte de un esquema que nadie puede afectar, ni siquiera intentándolo. En la tercera y última temporada de Dark —que se lanza en Netflix este sábado, en la fecha que la serie ha establecido para el inicio del ciclo final— a los viajes temporales se añade otro mundo, quizás la única posibilidad para cambiar el curso de la historia.
Dark, una serie alemana que ha cultivado el éxito internacional en Netflix, es una batalla entre libre albedrío y determinismo y al final de la segunda temporada, iba ganando el segundo. Todos los esfuerzos de los personajes han sido inútiles, es más, solo han servido para confirmar la inevitabilidad de su destino. Sin embargo, citando a Albert Einstein, uno de los pensadores detrás de la filosofía de la serie, todo depende de la perspectiva: “Pienso que todos son víctimas y están atrapados en la idea de que pueden todavía cambiar algo. Incluso Adam y Claudia, que han entendido muchas cosas, no pueden ir en contra de la naturaleza humana. Nunca eres solo bueno o malo, puedes ser el bueno y el villano al mismo tiempo”, dice Jantje Friese, guionista de Dark junto a su marido, y también director, Baran bo Odar.
Los dos, que colaboran profesionalmente desde hace 15 años y comparten los mismos gustos cinéfilos, afirman que no se sabrá cuál entre las dos visiones triunfará hasta el final, pero ambos creen en un mundo determinista: “El tiempo es muy crucial. No puedes controlarlo. Hemos intentado por muchos siglos luchar contra ello. Desde el primer día de tu vida se sabe que morirás y todo lo que los seres humanos hacen es simplemente correr contra el tiempo y contra la muerte, contra el hecho de que en un momento dado ya no existirás pero el mundo seguirá corriendo”, sostiene Odar.
Comparada con frecuencia con Stranger Things, Dark recurre en realidad por un lado a los recuerdos infantiles de sus creadores y por otro a sus influencias: Twin Peaks y Stephen King, en particular. David Lynch les ha mostrado “lo complejo” que puede llegar a ser una serie y “la importancia de la atmósfera”, reflejada en la lluvia incesante de Winden, en su desolación y en algunos elementos que vuelven continuamente a repetirse, como el impermeable amarillo de Jonas. King les ha enseñado que la realidad de un pueblo puede aparecer bonita y acogedora pero al mismo tiempo esconde debajo algo podrido, alucinante y negativo.
Es lo que Odar y Friese relacionan con “el peso” de ser alemanes criados por la primera generación que, pese a no haber vivido el nazismo, sufría su historia. A todo esto, se suman algunos traumas: Friese vivía en Marburgo cuando una niña desapareció, como Mads y Mikkel; el padre de Odar trabajaba en una central nuclear cuando ocurrió el desastre de Chernobyl, razón por la que el director empezó a mentir y a decir a sus compañeros que era un manager de Siemens.
La central nuclear de Winden tiene una responsabilidad importante en los eventos que sacuden la pequeña comunidad y pone una de las muchas preguntas que la serie quiere inspirar en los espectadores: “Una de las grandes características de la especie humana es que intentamos combinar elementos de manera diferente y creamos cosas extrañas. Esto produce una dificultad moral: las cosas que exploramos, las invenciones que hacemos ¿son para lo mejor o hacen las cosas peor?”, dice Friese.
La larga odisea que afecta a los personajes es funcional a cuestionarse sobre la existencia humana, como hace Odar: “Las preguntas que me hago son: ¿Es esto real? Que se relaciona con, ¿quiénes somos? ¿Por qué somos aquí? Y si esto no es real, ¿en qué tipo de realidad vivimos? Llegamos a la Tierra, no entendemos el mundo y tú intentas entenderlo hasta la muerte y nunca vas a tener todas las respuestas. Cuando mueres pasas estas preguntas a la siguiente generación y se añaden cosas como: ¿Habrá un final? ¿Habrá una versión en 400 años de seres humanos que se reirán de nosotros por haber pasado tanto tiempo pregntándonos si existe un Dios?”.
Detrás de estas dudas se encuentra la filosofía de Dark, una suerte de brújula para los espectadores, que se inspira en los grandes pensadores de Alemania: Nietzsche, por su eterno retorno; Einstein, por su teoría de la relatividad; Schopenhauer, por su pesimismo, entre otros. Y es también una creencia que mueve a los personajes, representantes de “una visión personal muy fuerte, que acaba entrando en contraste con los demás, sin leer que a lo mejor estamos todos en la misma página”, cuanta Friese.
El éxito inesperado
El gran éxito de la primera serie alemana de Netflix enorgullece a Odar y Friese. Dark fue concebida para tres temporadas, pero saber su duración no ha facilitado el trabajo de los autores, que hablan de dificultades entre la primera y la segunda etapa sobre adónde llevar a los personajes. Con el pasar del tiempo, sin embargo, han adquirido siempre más confianza y han conseguido mantener coherente una trama tan complicada que es recomendable volver a repasar antes de empezar con el nuevo y último ciclo.
Su visión determinista del mundo, que podría excluir la posibilidad de un final feliz, no le quita la curiosidad de visitar otros mundos. A Odar le gustaría vivir en el de Blade Runner, mientras Friese mira hacia mucho más adelante, hasta mil años, cuando “seguro habrá cambiado algo”. De momento, se dicen sorprendidos por la acogida de Dark y por el afecto de los aficionados, pero cuando se le pregunta por una posible continuación contestan: “Veremos en 33 años”.