El 22 de noviembre de 1963 Joe Goldstrich hacía su residencia en el Hospital Memorial de Parkland, en Dallas. Con los años se iba a especializar en cardiología, pero en aquel momento cumplía una rotación en neurocirugía, con Kemp Clark, titular de la práctica en ese hospital de Texas. Goldstrich —que hoy tiene 82 años— aprovechaba el horario del almuerzo para estudiar en la cafetería porque ese día posiblemente tendría que hacer una traqueotomía por primera vez en alguien vivo, cuando apenas pasadas las 12:30 del mediodía hubo una llamada de emergencia para el equipo de Clark.
Goldstrich subió corriendo los seis pisos hasta la habitación del paciente que podía estar necesitando, anticipadamente, la traqueotomía: cuando abrió la puerta de un golpe no sólo no lo encontró ahogándose sino que leía, plácidamente, una revista.
—¡Gracias a dios que usted está bien! Hubo una llamada de emergencia para el doctor Clark y pensé que podría haber sido usted. Disculpe. Qué bueno que está bien.
—Sí, sí. Yo estoy bien. No tengo idea qué puede ser. Acaso tenga que ver con eso —dijo, y señaló hacia la calle, al otro lado de una ventana.
Goldstrich se acercó y miró hacia abajo. Vio la caravana presidencial, con confusión: la visita de John F. Kennedy no incluía un paso por el hospital.
“Volví a correr, escaleras abajo, hasta la sala de emergencia. Desde la mañana tenía puesta la ropa quirúrgica. Ya había un agente del Servicio Secreto en la puerta. ‘Goldstrich, neurocirugía”, le dije, y me dejó entrar”, contó el médico, 57 años más tarde de aquel acontecimiento que ni él ni el mundo han olvidado, a MedPage Today. “Ingresé a la sala de emergencia al mismo tiempo que JFK llegaba en una camilla”.
El relato increíble de este testigo de la historia tiene, en sí mismo, un origen asombroso. Durante la reunión anual del Colegio Nacional de Médicos de Emergencias (ACEP) de los Estados Unidos, que se realizó del 26 al 29 de octubre de 2020 de manera virtual por la pandemia de COVID-19, Terry Kowalenko, de la Universidad de Medicina de Carolina del Sur (MUSC), dio una conferencia sobre el tratamiento médico que recibió Kennedy para analizar si, con los actuales avances del sector, hoy se podría haber salvado su vida.
Goldstrich, que se retiró ya de la práctica médica y reside en Iowa, participó en los comentarios, y se identificó como “la persona más joven que participó de los esfuerzos de resucitación de JFK”. El periodista Randy Dotinga leyó ese mensaje, verificó que en efecto el médico estuvo en la Sala de Emergencia 1 de Parkland, y lo entrevistó. Aunque durante mucho tiempo no habló del tema —dada la sensibilidad que conllevaba, la polémica y las teorías conspirativas—, en 1993 Goldstrich dio su testimonio a Bill Sloan para el libro JFK: Breaking the Silence, y en 2018 a Bill Garnet y Jacque Lueth para el documental Los médicos de Parkland, y antes de retirarse lo recordó a O’Shaughnessy’s, una publicación defensora del uso médico de la marihuana, al que él adhirió hacia el final de su actividad.
—¿Se dio cuenta de que el paciente era Kennedy? —le preguntó Dotinga.
—Supe que era Kennedy. No recuerdo exactamente cómo, pero lo supe.
“Así arruinaron la prueba forense”
Goldstrich ayudó a pasar al presidente de los Estados Unidos, que yacía inconsciente, de la camilla de transporte a la mesa de exámenes. También ayudó a desvestirlo, y en eso estaba todavía —no habían pasado dos minutos— la sala se había llenado de médicos y cirujanos, entre ellos James Carrico, el primero en tratar a Kennedy y acaso el testimonio más famoso que se dio ante la Comisión Warren que investigó el magnicidio.
Con las lecturas sobre traqueotomía frescas en su cabeza, Goldstrich observó el hueco en el cuello del presidente, que no podía respirar ni siquiera con una máscara de oxígeno. Tenía el tamaño de una moneda de 10 centavos, la más pequeña. “Yo no sabía nada de balística, así que no tenía idea de si era una lesión de entrada o de salida, y ni siquiera se me cruzó por la cabeza el asunto”, dijo a O’Shaughnessy’s. Vio que los médicos superiores en rango ponían un instrumento para estirarlo y observar, y llegó a ver el cartílago de la tráquea. Como se había preparado para una traqueotomía, su primer instinto fue usar el mismo hueco para entubar a Kennedy.
Sin embargo, no dijo nada. Los demás médicos practicaron una incisión y ampliaron la herida para colocar un tubo, “y así arruinaron la prueba forense: el informe de patología nunca reflejó el aspecto que tuvo el hueco” en el momento en que Kennedy llegó al hospital, agregó. “Pero yo era el junior, esos médicos eran mis profesores”.
Por esa misma razón fungía también de recadero, y le tocó hacerlo en ese momento: “Fui a buscar el desfibrilador, que tenía el tamaño de una heladera”, recordó a Dotinga. Hizo rodar el equipo desde otra sala de emergencia.
Terminó de colocarlo junto al paciente cuando Clark, su jefe en condiciones normales, entró a la sala: lo vio correr hacia la mesa de exámenes sin advertir que, al costado, ubicada a sus espaldas, estaba la primera dama, Jacqueline Kennedy. El neurocirujano observó al presidente mientras Charlie Baxter, el director de emergencias, le practicaba compresiones cardíacas, a la espera de la evaluación de Clark para proceder con el desfibrilador o no. Las palabras de su colega fueron brutales:
—Charlie, por dios, ¿qué haces? Su cerebro está desparramado por todos lados —canceló Clark toda esperanza.
“Vi la expresión de ella cuando escuchó lo que él dijo”, contó Goldstrich. “Es otro momento que me quedó marcado a fuego en la memoria, desafortunadamente. Jackie estaba en shock, como un venado encandilado por las luces de un automóvil. La sorprendió que alguien hablara tan crudamente de lo que estaba sucediendo”.
—¿Cree que Kennedy estaba vivo cuando llegó al hospital?
—Es más que probable que ya estuviera muerto al llegar. No soy un experto en eso. Es sólo mi humilde opinión de amateur.
Con la tecnología médica de 2020, ¿se podría haber salvado?
Kennedy ingresó al Hospital Memorial de Parkland en Dallas con dos heridas graves en la cabeza y en el cuello, respiración agonal (como se llama a aquella asociada al paro cardíaco) y sin pulso perceptible. En la reunión anual de ACEP, el titular de Medicina de Emergencia de MUSC analizó si el destino del mandatario baleado podría haber tomado un rumbo diferente en un hospital con todos los recursos tecnológicos del presente, y la experiencia adicionalmente acumulada por los profesionales desde 1963.
“El cuidado fue muy razonable y adecuado”, dijo Kowalenko en otra nota de MedPage Today. “Probablemente no se hubiera podido cambiar mucho el modo de hacer las cosas si hubiera ocurrido hoy. Se trató de un último esfuerzo desesperado”. Consistió en abrir vías en las venas de sus brazos y sus piernas para infundir medicación, entubarlo mediante una traqueotomía y conectarlo a un respirador mientras se hacían compresiones en el pecho.
“Aun en nuestra era de violencia armada, sería extraordinario que a un hospital urbano llegase una herida en la cabeza tan extendida”, dijo Kowalenko, a Dotinga. “Eso se debe a que el asesino usó un rifle militar de caza”, en lugar de una pistola o una escopeta. Un tipo de armas que no deja mayor espacio para la recuperación.
Cuando Carrico lo recibió, le practicó la traqueotomía con el método que aun hoy critica Goldstrich. “El anestesiólogo lo conectó a un respirador y le dio 300 miligramos de hidrocortisona, tras recordar que el paciente sufría la enfermedad de Addison”, una insuficiencia de las glándulas suprarrenales que —entre otras cosas— podía bajarle la presión sanguínea, que ya estaba casi imperceptible. “Si un paciente llega hoy y sabemos que tiene supresión suprarrenal, le damos esteroides si está hipotenso”, aprobó Kowalenko.
El cuadro era demasiado grave y el cardiólogo verificó una y otra vez que no había respuesta cardíaca que se mantuviera. En los minutos siguientes Kennedy recibió la extremaunción y fue declarado muerto. Tanto entonces como ahora la herida en la cabeza habría resultado mortal, dijo el experto; tanto entonces como ahora, la del cuello se podría haber sanado.
“Hoy, dijo Kowalenko, los médicos de emergencia podrían haber entubado al presidente por la boca en lugar de realizar una traqueotomía. Y los médicos de la actualidad probablemente usarían una vía central. ‘Pero en su mayor parte, todo se habría hecho más o menos igual’”, concluyó el texto de MedPage Today. Excepto una cosa, que no es del ámbito médico: “Hoy los equipos médicos del Servicio Secreto se reúnen con los hospitales locales, dondequiera que vayan el presidente o el vice”.
Y sin dudas no dejarían entrar a la sala a alguien que solamente se identificara verbalmente con su nombre y su especialidad, como hizo Goldstrich en 1963.
“No dije nada, y me arrepiento”
Con los años, el médico y testigo dudó de las versiones oficiales y oficiosas sobre el asesinato; en algún momento llegó a pensar que era imposible que la herida del cuello que él vio en la sala de emergencias de Parkland hubiera sido hecha desde atrás, es decir desde donde disparó Lee Harvey Oswald. Tuvo muchas ocasiones de hablar del tema con su amigo de la infancia, Henry Zapruder: su padre, Abraham Zapruder, fue el hombre que filmó la caravana, y el momento en que el cuerpo de Kennedy cae impactado, y la primera dama repta sobre la parte trasera del auto, en su cámara Bell & Howell modelo 414PD, con película Kodakrome de 8 milímetros.
“En cualquier caso, nunca nadie lo sabrá con seguridad”, dijo a Dotinga.
—¿Cree que JFK recibió una atención de excelencia? —le preguntó el periodista.
—Totalmente. Recibió los cuidados más avanzados. A los estudiantes nos decían que Parkland tenía algunas de las tasas de supervivencia más altas de todo el país para los pacientes de emergencias. Eso probablemente se debía al doctor Tom Shires, el jefe de cirugía, que popularizó el uso de fluidos endovenosos, en casos agudos, en lugar de transfusiones de sangre. El equipo y los residentes de la sala de emergencias tenían éxitos diarios en su trabajo sobre los pacientes de emergencias.
Aquel 22 de noviembre de 1963, luego de un vértigo dramático que duró apenas minutos pero se sintió como una suspensión del tiempo, Goldstrich se quitó el uniforme médico, manchado por los procedimientos, y se puso su ropa. Salió así a la calle y encontró una multitud frente a las instalaciones del hospital, donde estaba la escuela de enfermería de la institución. “Me acerqué y me mezclé entre ellos. No dije nada. No le dije a nadie que había estado ahí. Sólo escuché lo que decían. Y luego me fui a casa”.
Al día siguiente amaneció con una gripe muy fuerte: “Debe de haber sido un shock para mi sistema inmunológico”. Los medios no hablaban de otra cosa; Lee Harvey Oswald había sido detenido, primero por haber matado al policía J. D. Tippit y luego porque se lo acusó del magnicidio. Goldstrich descansó todo el sábado 23 pero el domingo 24 debió volver al hospital: le tocaba la guardia de cirugía.
Otro residente como él, Nick Grivas, que también cumplía el mismo turno, lo notó desmejorado. “Voy a la sala de médicos, realmente me siento mal. Pero si pasa algo ven a despertarme”, le pidió Goldstrich. Y algo pasó: Oswald llegó al hospital, luego de que Jack Ruby le disparase en la estación central de policía de Dallas. Pero Grivas sintió que sería demasiado para su compañero y lo cubrió. Oswald murió en el mismo hospital que Kennedy.
—¿Le quedó algún arrepentimiento de aquellos momentos en la Sala de Emergencias 1? —fue la pregunta final de Dotinga para Goldstrich.
—Sí. Cuando miré la herida en el cuello de JFK, pensé que no era necesario expandir el hueco para una traqueotomía —recordó—. Pero no dije: “Usen el hueco, no tienen que cortar nada”. No dije nada, y me arrepiento.
Fuente: infobae